"El asesino de la tirolesa"

Por L. Martinez


Capítulo I

El cuerpo estaba colgado con la cabeza hacia abajo. Las manos se arrastraban por el piso Las piernas atadas al palo de madera de la tirolesa. Era un juego de niños en donde estaba.

Esa tirolesa, ahora, pasaría a formar parte de la escena de un crimen. Pero ningún crimen se había llevado a cabo en ella, sino, que su resultado había sido expuesto ahí.

Esta vez, yo, Laura Montes de Oca, estaba ante un asesino al que le gustaba arruinar la diversión de los niños. Y eso me estaba molestando. Además, de que unos niños de 10 años, habían descubierto el cádaver.

Lucio González, mi amigo y médico forense de la PFA, miraba la posición del cuerpo antes de disparar una y otra vez el obturador de su cámara de fotos. Por lo bajo, insultaba a una mañana de verano que había prometido ser su día libre.

- Me lo llevo. Ya tengo todo lo que necesito. Y además, no puedo juntar ninguna prueba más. No hay sangre en ningún lado.

- Está bien. – Le dije mientras miraba unos metros más allá, en donde estaban las hamacas, la calesita, los caballitos de madera – No es esta la escena del crimen y eso lo sabemos. Lo que le hizo debe haber dejado demasiada sangre en un lugar que ahora tenemos que descubrir.

- Este pueblo se fue a donde no puedo pronunciar, Laura. De golpe tantos asesinos sueltos es como que la maldad misma vino a pasar las vacaciones y decidió quedarse.

- Ni me lo digas. Con tantas muertes, hasta yo decidí quedarme.

Villa General Belgrano, realmente se había convertido en algo distinto.

Lucio, ayudado por algunos policías equipados con guantes de látex, sombrerito de látex y unos cubrezapatos también de látex, bajaron el cuerpo para ubicarlo en una camilla. El rigor mortis hacía que no saliera de la posición en la que lo encontramos.

Después de que se lo llevaron, otros policías sacaron el cable de acero que funcionaba como riel para la tirolesa y lo guardaron en una bolsa etiquetado como prueba A. Iba a ser muy difícil sacar una huella de esa superficie. Lo mismo, sucedía con los escalones de madera que servían de base para el lanzamiento de la tirolesa. Me acerqué para ver a los de la Policía Judicial, cepillaban esa madera clara con un polvo negro de origen magnético para la recolección de cualquier huella latente que se pudiera encontrar.

Me fui caminando hasta la calesita, miraba distraídamente el piso, tratando de descubrir alguna prueba. Grande fue mi sorpresa, cuando vi una billetera en el piso de la calesita. Me acerqué más rápido, colocándome los guantes y pidiendo a gritos a alguien de la policía judicial así sacaban fotos de mi descubrimiento.

Un chico joven, que había terminado el entrenamiento hace un par de meses, se acercó corriendo. Pensé que tenía que empezar a sacar de sus cabezas, las historias sobre malos tratos a los demás que se contaban de mi. Pero hoy no tenía ganas. Mi día en el río había sido destruido.

Después de que este chico, sea cual sea su nombre pero que hablaba todo el tiempo, terminó de sacar todo tipo de fotos desde distintos ángulos a la billetera, la levanté y la abrí. Me encontré con varias tarjetas de crédito, y lo que más quería saber en ese momento. La identidad de ese cadáver. Lucas Galvez, 30 años, soltero.

Ya tenía una línea para empezar a investigar.

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